Hoy es 31 de octubre, y hace un sol estupendo. Como
Fernando ya se ha levantado porque, como siempre que venimos a Aratorés, tiene
un montón de trabajos que hacer, me levanto de la cama y abro de par en par la
ventana para que entre el aire, que no es tan frío para estar a finales de
octubre y en el Pirineo. Me encanta esa sensación de estar en la cama, con la
ventana abierta dejando entrar el aire y el sol, pero hoy hace tan buen día que
tengo como remordimientos de estar perdiéndomelo, así que decido que voy a
desayunar en el jardín, tapándome las piernas con una mantiita de viaje, pero
dejando que me dé el sol en la cara y los brazos. Así que me levanto y me
preparo lo necesario para pasar la mañana al sol: la crema protectora, las
gafas de sol, el libro que estoy leyendo y un paquete de tabaco. Bajo las
escaleras y empiezo a prepararme un café. De pronto, veo en el suelo, a mi
izquierda, el libro y el tabaco- tras un momento de extrañeza porque no he
notado que se me cayera nada, veo que también están en el suelo el marca-libros
y el mechero, es decir, que se me ha caído todo lo que llevaba en la mano
izquierda, aunque yo no me haya enterado. No sé por qué pero siento una
necesidad imperiosa de recoger el marca-páginas y, al agacharme un poco para
que me dejaron en urgencias,recogerlo, noto un enorme mareo y me caigo al
suelo. Intento levantarme unas tres o cuatro veces, intentando ayudarme con el
brazo izquierdo, pero no lo consigo y todas las veces vuelvo a caerme,
golpeándome la cabeza, aunque no muy fuerte, sin hacerme daño. Tumbada en el
suelo frío, c, intento entender lo que me está pasando. Evidentemente, no tengo
fuerza en el brazo izquierdo. Intento mover la pierna izquierda y tampoco puedo
ahora de repente no veo nada con el ojo izquierdo. Por el lado izquierdo está
todo negro. No hay nada, no veo nada… ¡¡DIOS MÍO|| ¿Qué me está pasando?. La
verdad es que nunca he ido mucho a misa, pero soy cristiana, concretaente
católica, y en estos momentos me siento más cerca de Dios. YA sé que es muy
egoísta pero no puedo parar de rezar, de pedirle a Dios que me ayude, que no me
deje morir… todavía no. Tengo mucho miedo, pero consigo sacar el móvil de mi
bolsillo y llamar a mi marido para pedirle ayuda: “Fernando, ven por favor, que
me he caído y no me puedo levantar”. Enseguida viene, me ayuda a sentarme y,
asustado al ver que no hablo bien del todo, llama a emergencias. La ambulancia
no tarda nada en llegar, aunque después me ha dicho Fernando que a él le
pareció una eternidad. Cuando llega la
ambulancia resulta que es una UVI móvil y el equipo médico entra en mi casa
para ayudarnos. Nos piden, para empezar,
que firmemos nuestro consentimiento antes de inyectarme algo para, parece ser,
disolver un posible coágulo. Así que se
confirman mis peores presagios, ha sido un ictus, un infarto cerebral yme dicen
van a llevarme urgentemente al hospital S. Jorge, de Huesca.
El viaje en la ambulancia se me hace larguísimo y
recuerdo vagamente que me dejaron en urgencias donde, tras hacerme numerosas
pruebas e inyectarme numerosos fármacos, me subieron a otra planta del mismo
hospital. Apenas recuerdo nada más. Sólo
el sueño que tenía, la necesidad imperiosa de dormir.
Los recuerdos de esas horas son muy difusos. He oído que la memoria es muy selectiva y,
supongo que se trata de un mecanismo de autoprotección ten demos a olvidar los
malos momentos. Será eso, pero lo único
que recuerdo con cierta nitidez es que cuando me despierto en la unidad del
ictus, veo muy ceca de mí las queridas caras de mis hijos, los dos muy serios,
Nano triste y Javier, que es más mayor, preocupado ,con el ceño fruncido . También están mis sobrinos, Mauro y Ángel, serios
y nerviosos. La presencia de mis
queridos “niños” en la unidad del ictus es como una brisa de aire fresco. Tanta juventud refresca la unidad del ivtus,
donde la edad media es de unos 80 años…
Gracias por haber estado allí, guapos!!
Me dicen que han llegado mi madre y mis hermanos. Busco a mi madre con la mirada y no la
encuentro, luego he sabido que la tuvieron que atender en urgencias a ella
también por una fuerte arritmia que sufrió al enterarse de lo que me había
ocurrido.
Por fin veo a la única mujer a la que puedo preguntarle si
mi cara se ha caído mucho de un lado.
Porque es mujer, pero sobre todo porque es mi hermana. Aparece con Mauro, mi cuñado. Les hago reir con una pequeña broma familiar
y al fin pregunto a mi hermana lo que tanto deseo y temo saber, “Pilar, mira mi
cara y dime la verdad, ¿está muy torcida?”
Me da miedo ver la seriedad y la tristeza en la cara de mi hermana al
mirarme, pero ella, más lista que el hambre, lo nota y reacciona rápido
“Tranquila, es muy poco” y enseguida cambiando de conversación” Deja que te
pase estas toallitas refrescantes, que hace mucho calor aquí”.
A continuación, veo que ha venido la familia de
Fernando, mi cuñada, Maribel con Pedro, su marido, y sus tíos Carmen y
Vidal. Agradezco mucho que todos lo han
dejado todo para venir verme… por mi
culpa. Me siento un poco culpable y me
emociona ver allí a mi familia y a la de Fernando, pero no puedo llorar. No sé qué me pasa, con lo llorona que era yo
hasta ayer, que lloraba hasta con los anuncios de “Vuelve a casa por Navidad”,
y ahora no puedo llorar.Bueno, es igual, ahora no es momento de llorar, al
menos, no sólo de llorar, es momento de pensar en lo que me ha pasado, de
intentar entenderlo, de intentar aceptarlo y luchar. Pedir ayuda para luchar.
Te reconozco, te siento, debió ser angustioso, Tu hijo mayor Javier, se portó como un hombre maduro. Fernando como lo que es como un ser extraordinario, bueno, seguro, dentro del miedo. Lloro al imaginarme tú sufrimiento, tú vacío, pleno de ansiedad......Tú enorme fuerza.......
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